Capítulo X
- ¡No hagas eso! – Dijo dándole un golpecito en el brazo
- ¿Qué? – Rió.
- ¡Eso! No lo hagas.
- ¿Qué cosa?
- No me mires así.
- ¿Así como?
- Tan…fijo.
- Te pongo… ¿nerviosa? – Dijo acercándose a Maddie
- No, nerviosa no, me pones incómoda – Dijo levantándose de la silla.
- Maddie, no, no te vayas, no era mi intención hacerte sentir incómoda – Dijo Michael, mientras la tomaba del brazo – Mira… ¿Qué te parece si… vamos al parque, como solíamos hacerlo y damos un paseo? – Sonrió.
- Si, claro, me parece una muy linda idea – Murmuró besando la mejilla de Michael.
- Bien, no esperemos más y vamos – Dijo animadamente levantándose de su asiento.
- ¡Quítate el pijama tonto! – Dijo riéndose y dándole un pequeño golpecito en el brazo.
- No es necesario que me maltrates – Sonrió – Con decirlo basta y sobra.
- Bueno, pero ve a cambiarte Niño Malo – Dijo besando la mejilla del joven – O sino no vamos.
- Sólo espérame un momento, no tardaré mucho, ¿si?
- Solo ve ¡Y rápido!
Luego de más o menos 5 minutos, Michael estaba listo, frente a Madeleine.
Se fueron caminando, no quisieron ir en auto o taxi. Disfrutaron del paisaje otoñal que adornaba las calles de Londres por aquel entonces.
- ¿Nos sentamos abajo de este árbol? – Murmuró con una cálida sonrisa en su rostro.
- Si quieres, hasta podríamos ir a la luna, si tú quieres claro – Rió.
- No es mala idea Maddie – Dijo mientras se sentaba al lado de la joven – ¿Que te parece si mañana vamos?
- Genial, mañana iremos a la luna.
Uno al lado del otro se recostaron en el pasto y en la colorida alfombra compuesta de hojas que caían delicadamente de los árboles, como si danzaran, para luego reposar sobre el suelo. Y allí estaban ellos, recostados sobre las multicolores hojas otoñales. Los dos permanecían con los ojos cerrados y una leve sonrisa en el rostro.
- Nuestras vidas serían tan diferentes sino nos conociéramos… No me arrepiento de nada, no me arrepentiré tampoco – Dijo de pronto, Michael.
- Si no te hubiese conocido, probablemente estaría muerta – Dijo Maddie, aun como los ojos cerrados.
- No lo creo, tienes mucho por que vivir.
- Estaba sola… Siempre lo estuve y sin ti, no sé en que hubiese terminado mi vida.
- No digas eso – Dijo levantándose del suelo, para quedar sentado en frente de Maddie, esta última hizo lo mismo.
- Debes saberlo Michael, y esa es la verdad – Una lágrima comenzó a recorrer lentamente su mejilla derecha.
- No llores – Sonrió – Tu no estas sola, nunca lo estuviste y aunque en aquel tiempo no nos conocíamos, a la distancia yo estaba contigo y sin saberlo.
- Gracias – Dijo besando la mejilla del joven.
Y era cierto, Madeleine siempre se sintió sola, a pesar que vivió con su padre y rodeada de lujos. En su mente siempre rebotaba la frase “La felicidad no se compra con dinero, y tampoco con cosas materiales y no se basa en ellas tampoco” Su padre pretendía hacerlo y al parecer no comprendía que eso era imposible. La ausencia tampoco se recompensa de esa forma y menos la falta de amor.
- Mike…Yo sé que no soy tan demostrativa con mis sentimientos, pero…Te quiero.
- Yo también te quiero corazón, más de lo que crees y cuando sientas que estas sola, solo piensa en mi – Sonrió.
- Siempre lo hago, desde que despierto, hasta que me duermo.
La tarde se marchaba, para dar paso a la noche y ambos jóvenes decidieron marcharse.
Madeleine aun vivía en casa de Michael, él lo había decidido así y Maddie no pudo negarse a la petición del joven. Él, que todo lo conseguía con una tierna mirada, una cálida sonrisa o un puchero. Nadie podía negarle algo, siempre lo mencionaba.
- ¿Te gustaría ir a cenar a algún lugar? – Interrogó, Michael de la nada.
- Bueno – Sonrió.
- Bien, princesa ve a ponerte más hermosa de lo que estas, y saldremos – Dijo abrasándola.
- Como usted ordene apuesto joven – Dijo riendo.
- Mientras yo iré a darme un baño.
Maddie, luego de darse un baño, escogió un vestido color negro, con unos cuantos brillos que adornaban delicadamente en la parte de la cintura. El vestido era un poco más debajo de la rodilla. Escogió unos zapatos de taco medianamente fino, también de un color negro. Peino su cabello y lo dejo suelto. Maquillo levemente sus ojos.
Michael, por su parte, se dio un baño, se vistió con un pantalón negro, mocasines, una camisa azul con una chaqueta negra, su sombrero favorito y su cabello rizado, no muy largo, pero tampoco muy corto, lo dejo suelto.
Cuando estuvo todo listo, se decidieron a salir, esta vez, en el auto de Michael.